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31/1/08
Leónidas Breznev fantástico
A lo lejos oía unos pasos. La tierra temblaba. Bah, para qué... es pan nuestro. Eso pensaba yo. Seguramente sería algún timador ruso. Pero no fue así, resultó ser alguien mucho peor. Más temible. El agua era precavida, sus ondas avisaban del villano. Creí que sólo iba a robar a algún desgraciado y santas pascuas. No obstante, entró como un elefante en una cacharrería. Nada le detendría. La leyenda cuenta que cada 100 años, un famoso gigante ruso marca las eras de nuestro pueblo. Básicamente, lo arrasa. Los habitantes se tienen que buscar la vida, mientras la mayoría acaban siendo devorados. Sin embargo, ¿quién iba a imaginarse que esta leyenda fuera real y encima ejecutada por el presidente de la Nación Soviética?
Breznev se volvió gigante y aplastó mi casa. Después se comió unos tacos con toda mi familia dentro. Al finalizar, mientras se chupaba sus dedos, me dijo: ¡Puedes y debes vivir como un hombre solitario! Me cogió y me tiró hasta Moscú. Viví dos años asolado en la miseria moscovita. El olor de la lluvia era diferente al de mi pueblo natal, cerca de la frontera con Finlandia. Olía a orín. No lo veíamos, pero sospechábamos de que nuestro presidente estaba meándose en nosotros. Otra vez se volvía gigante. Su cabeza tapaba los rayos del débil sol.
En cuanto a los bosques moscovitas que había a las afueras, el olor era bastante diferente. No había árboles, sólo matas y matas. Entre ellas vi un poro de piel. ¡Este bosque no podía ser natural, sólo podía ser cejijunto! Las frondosas cejas de nuestro patriarca acechaban. Más que cuidarnos, nos tiraba al mundo como si fuéramos unos perros salvajes. Cada vez que quería salir de la capital, Leónidas se disponía a masturbarse para encerrarme con su semen. Siempre lo conseguía. Pensé que me estaban persiguiendo. Pero no era el único. Muchos habitantes de los barrios situados en el término municipal apestaban a semen.
En mi periplo por la ciudad, la música que antiguamente ejecutaban los rusos con tanta alegría dejó de oírse. Fue ahogada por las risas de fondo de Breznev, que se sentía como si estuviera jugando a un juego en donde él era el único jugador y dominador absoluto. A menudo probaba el borde afilado de sus cartas en manifestaciones. El terror dominaba aquel ambiente. Separaciones de tronco y piernas se sucedían en abundancia. A la mínima que estuvieras en aquellas calles en el momento equivocado, podías decir adiós a tu cintura.
De repente, le dio cáncer. La vigilancia había bajado exponencialmente, por lo que nosotros tirábamos piedras contra sus testículos. Le dolía. Pero más le dolía ver cómo su pueblo en realidad no le quería. A pesar de aquella flecha en el corazón, volvió con más fuerza que nunca. La ola represiva fue superior. Hacía popó contra emblemáticos monumentos. Sí, no se rían. El Kremlin fue destruido totalmente tras 27 cagadas. Y se produjeron muchos cortes en el servicio del metro moscovita.
Entrado en cólera, rodeó las ciudades más importantes de la URSS con los pelos de sus cejas. Y podías sufrir un gran golpe de calor, ya que usaba sus gafas para aprovechar el poder de los rayos del sol. A veces se entretenía cortando carreteras, otras cortando servicios comerciales. Cada vez éramos más los que buscábamos la libertad. Pudimos escapar, ya que nuestro amo no daba abasto con sus pajas. De tantas huidas, tiraba esperma de una calidad estrepitosa. No era nada pegajoso. Todos nosotros formábamos una sociedad alternativa, que en secreto habíamos ido descubriendo los agujeros de la protección cejijunta de Mr. Leónidas. Se tiró de los pelos viendo que su segunda protección fallaba.
Moscú se quedó sin buena parte de su población. Vimos cómo Leónidas maldecía en una voz condenadamente alta: ¡Mi corazón! Cayó de manera fulminante. Al cielo mirábamos, cuando vino otro gigante que no paraba de decir: ¡Os daré el amor que Leónidas robó! Ante tal reacción, no gritamos de manera eufórica. Nosotros somos escépticos, ya hemos recibido palos de numerosos políticos. Cuentan las leyendas que en la época del Zar, era común ver a este déspota disfrutando ensartando a pobres en un pincho y comiéndolos.
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