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26/1/08

Filosofía digerible

Palabra a palabra, Sócrates creó a un Platón, donde podía meter la sopa que tanto deseaba cocinar. Pero nunca fue un hombre completo, pues le faltaba el Cucharón. Mató con palabrería y murió con veneno. La cuchara vivió en un segundo plano, sin poder aspirar a residir en el mundo material, el que creemos fidedigno.

En el mundo de las ideas, donde nada es tangible, Cucharón se pasaba el día intentando recordar a Platón. No lograba más que débiles intentos, fogonazos mentales. En un ambiente totalmente vacío, que cobraba vida de vez en cuando gracias a la teoría de las ideas del Recipente de la Sopa.

Por otro lado, en la nueva sociedad, que a día de hoy aún no ha sido disuelta, Realidad S.A., Platón se empujó. Su hombro se luxó en un intento de sacarle de la silla. ¡Di Filosofía!, decía su alma. Vio que la sopa socrática estaba algo sosa y la aderezó un poco con “El Mito de la Caverna”. Ah, falta la cuchara, se lamentaba.

Aristóteles chupó de la teta de su madre. En el mundo de las ideas, todos echaban de menos a Cucharón. Se había incorporado a uno de los discípulos de Platón. El Elegido, vamos. Sí, esa criatura que en tantas culturas aparece como la salvadora de tal cual. En la escuela, Platón y Aristóteles no se decantaban por el beso con lengua. Les parecía vulgar. En vez de ello, dejaron que sus cerebros se manosearan virtualmente. En ocasiones, llegaban a una afinidad que asustaba hasta al más pintado.


Recuerda, mi amigo. Estás ante la oportunidad de tu vida. Haz historia conmigo. Debemos hacer que las ideas de Sócrates sean digeribles. Conviértete en Cucharón

Después de ese momento decisivo, la sopa fue conservada en una nevera futurista con alimentación propia -su batería puede durar cientos de años-. Se demoraron en cortarle la energía. “Pudríos en papel de plástico”. Alejandro Magno lo dijo, a la vez que leía las instrucciones del frigorífico suelto que se encontró en alguna parte de Grecia. En el futuro, una madre reñía a su hijo.

“Hijo mío, ¿a dónde demonios ha ido a parar nuestra nevera?”
“Mamá, sólo sé que me maté llevándola. Quería probar con una caja misteriosa que encontré en la basura. Resultó que se la tragó”
“Al cuarto, tu cuento no me lo creo”.

Mientras romanos y griegos se intercambiaban sus metales, que no se habían inventado las tarjetas de visita, la sopa se pudría en la nevera. Cogía un poco de frío, sólo que no se resfriaba.Ventajas de no ser un miserable humano. Cristianos, bárbaros, etc... Nadie se preocupó. Averroes llegó y se sintió atraído por aquel objeto blanco. Naturalmente, lo abrió y se sorprendió. “¡Encontré la sopa de la sabiduría! ¡A Córdoba!”. La probó y le sabía a poco. Así que la aderezó con especias árabes. Sabía mejor. Se rebanó los sesos fabricando la receta, que circulaba de mercader en mercader hasta conocer los fangos del mercado negro.

Con la Iglesia reinando en Europa, Tomás de Aquino consiguió la receta de contrabando. La preparó tal y como mencionaba Averroes. No le satisfacía del todo, así que al lado colocó una guarnición. Pequeños cambios. “Sopa a la Suma”, fue la receta que legó al mundo. La sopa ha ido recibiendo mejoras por parte de señores como Kant, Hegel, Locke, Descartes, Ortega y Gasset, Sartre, Hume, etc... hasta llegar a nuestros tiempos. Hoy puede elegir entre 1.772 sabores de sopa. Si quiere la clásica, hay que ir a la tienda de antigüedades del vecino.

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