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13/1/08

Entre escalas

Entre viaje y viaje, al irme a una ciudad algo desconocida para los aeropuertos de nuestro país, tuve la mala suerte de sufrir el síndrome de la Escala. No deja rastro en el cuerpo, pero deja coñazo. Al menos, desde la transformada realidad del aeropuerto, puedes contar algo de materia negra.

Heatrow, Londres.

Vi a musulmanes dirigirse hacia la Meca subiéndose a la modernidad aeronáutica. Curioso cuanto menos. Y vi lo que debía de ser un agua especial, una vulgar garrafa de plástico envuelta en una bolsa de plástico llena de letras árabes. Debe ser que en Londres no hay agua y no me he enterado. ¿Y si pruebo a robar este elemento líquido? ¡El maná vital! ¿Rezarán igual en Arabia Saudí? Glu, glu. Agua vulgar, gracias por saciarme.

Autobús entre aeropuertos.

En aquel transporte del infierno, que llevaba de Heatrow a Gatwick, finalmente no hubo azufre ni fuego. En cambio, fue espolvoreado con aburrimiento. El asiento del autobús mullido era. Recorrimos las carreteras londinenses, rodeadas por un verdor que apenas imponía. En algunos intervalos de nuestro querido tiempo veía negro y a veces hasta imágenes que procesaba el cerebro. Ese pasto no me dejó completamente satisfecho. Pasé el viaje entre verdor de cartón y coches circulando por la izquierda, como queriendo ir en contra del mundo.

Aeropuerto de Gatwick, Londres.

Libros comodones.

Vi el acontecimiento más inesperado surgido de unas terribles profundidades sin determinar, una máquina expendedora de libros. Anunciaba ideas a mogollón. Lástima que la poderosa máquina publicitaria, con sus best-sellers, ensombreciera aquel milagro que no soltaba baba ni tenía músculos. Clac, moneda al hoyo, cae libro. Lo coges, hoyo de ideas hallas. Descubres que vacío está. Un billete al buche pues, que lo caro es bueno. Otro sumidero de ideas sin fundamentar. ¡Estafa!

Minidictadores.

Por algún milagro, me asomé a ver la zona infantil del aeropuerto ése. Sonó como una metáfora de un país africano que se desmembra a marchas aceleradas. Entró un niño. Dominaba el territorio y cogía al pueblo, representado en cubos de juguete blandos, y se lo tiraba a sus rivales políticos –niños desconocidos provenientes de una generación más pasiva que activa, preocupada por sus menesteres-. Se montó una guerra civil entre niños. Los cubos seguían en pie, prevalecía el pueblo.

Avión

Pidiendo milagros al carro*

Aquel trasto debía llevarme a Houston. Pero no emitía señales de despegue. Aburrimiento. La situación pintaba morena para que me llevara una de aquellas revistas que dejaba al descubierto la parte trasera de algún asiento. ¿Tendrá fondo? Asomaba una. La cogí. Mi concepción interior explotó, era todo un curso de cómo aparentar superioridad. Ni una mención a la metafísica, pócima necesaria para llevar una buena vida. Menciones incansables de supuestos expertos para que pasaras tu tarjeta de crédito. Avión carero gana con ingenuo

Supongo que habrán contratado a monstruos del marketing. Imágenes apabullantes que pretenden representar algún ideal de perfección dejado en algún baúl. Textos hechos para lanzar al usuario como un caballo desbocado a ese sencillo mundo del consumismo -¡cómo sudan con las lecciones de economía!-. Compra, olvídate de lo molesto.

Impotencia volante

La trayectoria del avión, que empieza a ascender en Londres hasta el sur de Groenlandia y a descender desde ese punto hasta Houston, nos nuestra una metáfora de la vida sexual. La fogosidad la hallamos en el norte de Inglaterra. Es la pubertad. Vamos para arriba, alcanzamos nuestra madurez con el frío, cerca de Islandia y Groenlandia. Luego, en Canadá, nos empezamos a preocupar. Fornicamos menos. Pero ya es imparable, el pene no irá al Valhalla. Sur de Canadá, eyaculamos a duras penas. En los EEUU ya ni se pone erecto. Ya se puede despedir de aquellas ninfómanas del Valhalla que no saben trinchar un pavo. Luchamos. ¡Aterrizó en Houston! Mi pito ha fallecido, señores. Eso es la impotencia. No sabía que fuera tan cara.

*En los vuelos, en un momento determinado, las azafatas van por el avión con un carro tratando de venderte cosas. Sin impuestos, pero con un precio superior.

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