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18/10/07

Perogrulladas del celuloide sin actores

Una compañía de espectáculos, en un intento por ampliar horizontes, decidió realizar la tragicomedia más grande jamás concebida por el ser humano. Establecieron contactos con un miserable ciudadano de Alto Volta llamado Mangolele, para que ascendiera escalafones en la sociedad. Debido a que también pudieron influir en la sociedad y su idiosincrasia con dinero, el miserable avanzó en política. Ya empezaba a vender ideas preconcebidas de revolución, soltaba discursos con cuatro palabrejas sobre la nación y su destino trágico en el caso de seguir el malo. Griterío entre la población pobre, que veía un halo de esperanza en este salvador. Otro griterío entre los consumidores de nuestra sociedad, que se compraron la primera entrega de la tragicomedia, envuelta en una perfecta caja de plástico con sus panfletos que desinformaban sobre la película. Las concepciones maniqueas se contrastaban en la película, porque había que dar el producto mascado al espectador. ¡Bien, Mangolele! ¡Malo, el Poder!

Mangolele progresó entre cámaras. Ya había conseguido cabrear al gobierno central de Alto Volta, presidido por Lamizana, con sus discursos sobre revolución. Los típicos de toda rebelión de cartón. Informándose en radios modestas, el pueblo asistía incrédulo a la amenaza de guerra que se repetía continuamente en los medios oficiales, que también eran maniqueos. Los dos bandos se enfrentaron en una cruenta guerra, tras cuarenta días actuando en la radio enseñando la concepción de odio al pueblo. Las consecuencias de la guerra fueron muerte y devastación, si hay que emplear dos palabras que no puedan ser empaladas por la opinión general, pero la ficción canta de manera distinta. Balas y cuchilladas, tan reales como los mocos, fueron capturadas por una cámara que despertaba de nuevo ilusiones en la gente del capitalismo y sólo captaba las muertes del malo. Así salió la segunda parte de la tragicomedia, que se llamaba "Alto Volta, dramatismo a borbotones y risas negras". Ocio a cambio de sufrimiento real.

Así fue. Mangolele ganó la guerra por el poder, con poco más de 10.000 muertos ocasionales, que no eran personas según todo medio conocido. El discurso triunfal del vencedor fue atrapado por la cámara en toda su risa. Dijo:
El cáncer de Lamizana se ha despojado. Ha expirado. ¡Hagamos de Alto Volta un lugar mejor! (aplausos) Pueblo, trabajemos juntos para que podamos llegar a soñar con libertad, democracia, prosperidad y buen hacer.


Escueto, vamos. Típico de Mangolele, ciudadano sin mucha educación y que sabía memorizar consignas como nadie. El triunfalismo fue metido en un disco lleno de datos conocido como "Alto Volta, dramatismo a borbotones y risas negras, tercera parte". Babas de los consumidores, contentos con las dos primeras partes, se lanzaron a por el objeto circular. No, no estoy diciendo que las babas sean independientes. Quiero decir que las babas impulsaron a las propias personas a comprar con su dinero la caja en donde aguardaba la circunferencia perfecta. Una película sin actores, con todo su dramatismo, era objeto del más indigno espectáculo. Si hacía falta arrasar un pueblo, lo hacían, siempre que fuera por beneficio económico. Lo que pasó después con Alto Volta fue terrible. Un país totalmente desestructurado, sólo por mero disfrute de unos ciudadanos bien alimentados que querían circo. El pan lo disfrutaban con salsa curry.

Mangolele, actor e hijo de puta inconsciente.
Empresa de espectáculos, insolente y depredadora.
Ciudadanos, borregos y que disfrutaban del morbo.
Todos malditos. Todos habéis contribuido al empeoramiento del mundo. Yo también, ¿qué pasa? Sí, vi la película.

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