1. Los orígenes
Nos pondremos en situación. En uno de los habituales paseos que me doy por estas lides de Madrid, esas interioridades urbanas que sólo merecen la atención de unos cuantos curiosos, tomo un camino ya conocido. Cuento con la esperanza y experiencia de lo consabido para lanzarme a la aventura y descubrir estas partes de la ciudad que sólo he visto desde el parabrisas de un coche. Quiero sentir el alma que destilan estas zonas, que actualmente sólo son caldo de constructoras destructoras de lo viejo. Paso a la práctica, bajo a una de estas zonas. El panorama es deprimente, donde antes se alzaba una majestuosa red de alcantarillado, ahora malviven cuatro casas en precario estado y cuatro tapias sobrantes de lo que fuera una fábrica o algo así, no tengo pruebas.
Sin embargo, no todo está perdido en la zona. Veo restos de un puente, una carretera y un quitamiedos. Alzo la vista y observo a un anciano, posiblemente autóctono del lugar. No me fijo mucho en sus actividades, pues estoy abstraído contemplando el paisaje, que incluye basura plástica. Lo más bajo de la humanidad se concentra en envases de hace 10 años, sin una gota del líquido que albergaban en sus tiempos mozos. Como en estos lugares la civilización apenas se hace notar, se usan como basureros de unos seres supuestamente civilizados.
2. Choque urbanístico
La zona ya mencionada sorprende en uno de los paisajes madrileños donde más obras se han hecho en los últimos años. Si uno se detiene en la glorieta de Isaac Rabin (entre la calle Nueva Zelanda y la Avenida de la Ilustración, por encima del túnel de la M30 -los que vivan en la zona noroeste de Madrid quizás sepan de lo que hablo-), y mira a su alrededor, observará edificios recientes y no tan recientes. Gana la primera opción, por lo que deberíamos hablar de una zona urbanizada recientemente, en plenas ansias expansionistas llevadas a cabo por el crecimiento económico de Madrid.
Entre tanta voracidad urbana, se dejaron algunos páramos al lado de las carreteras de rabiosa actualidad. Ya he especificado detalles de uno de ellos antes. Sin embargo, los otros no han corrido mejor suerte. En uno de éstos ya se ha establecido un parque para observar el ciclo de la vida, ancianos caminando a tres patas e infantes gateando a cuatro patas, sin olvidar de las madres, que caminan erguidas, alzando sus dos patas sobre el indefenso cemento fraguado. Otro es pasto del urbanismo salvaje. En 2003 pervivían decenas de casas de los años 50, en un precario estado. Actualmente las soluciones de urbanización rápida, con edificios que venden una dudosa publicidad, están triunfando. Ya quedan pocos huecos en pie. La resistencia ha muerto. Pero puede que lo agradezcamos a la larga, aunque perdamos un poco de historia.
Y por último, nuestro páramo está empezando a ser mancillado. He visto torres de grava, carteles en donde la empresa constructora de turno se marca sus medallitas, contándote su batalla de adjudicación de una obra civil. El legado del pasado subsistirá en medio de todo eso, dejando unos ladrillos, algo de un quitamiedos, una vieja carretera y por supuesto, la basura plástica. De ésa tenemos que hablar en el próximo apartado.
3. La basura del pasado, presente y futuro
Otro detalle que comenté brevemente en la primera parte del artículo era el de la basura plástica. Pues diré que no solo incluye plástico sino también latas, oxidadas en la gran mayoría de los casos, y envases de cristal. En unas ocasiones, parecen haber sido tiradas por los habitantes de la zona y en otras, por gente ajena, que pasa por ahí y pretende tirar lo que no pueden tirar en la ciudad. Adentrándome más en esta zona, aparte de la basura que pudiera ver, también me fijé en los graffitis sueltos. Ya ni respetan las zonas abandonadas, aunque quizás influya más el hecho de que el lugar esté en los alrededores de Mirasierra, y en este sitio probablemente no quieran tanta suciedad -recordemos que es un barrio para los más pudientes-.
En el futuro, los historiadores que se dignen a pasar por esta zona, sin grandes alardes comerciales, encontrarán botellas de plástico que indicarán el paso de una civilización muy anterior, que infravaloró las posibilidades de un mundo mejor y más limpio. Tú, yo y los demás hijos de la actualidad podremos ser tachados de guarros en los futuros libros de historia que se estudien en institutos cualquiera -que espero que no sean tan malos-. Aunque me temo que no darán ni una pizca de importancia a Saconia, el barrio de donde provienen los hechos que describo anteriormente. Hemos dejado un legado biodegradable a la humanidad. Como todos los anteriores legados, que subsisten en museos o bajo tierra. ¿No os imagináis una botella de Coca Cola en un museo de historia? Puede ser una estampa futura que será percibida por millones de visitantes.
Las locuras del jardín inexistente, más información en su editorial preferida.
¡Nos han invadido!
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4/11/07
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