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13/9/07

Cinco zánganos que creyeron encontrar el camino de la salvación.

Idílico es ese momento en el que uno cree encontrar el camino de la salvación, pero... ¿la realidad indica que es así? El juicio personal no es lo más válido para nadie. Sí, el ego influencia. Y mucho, como ya puedo decir en estas letras. Oh, me ataca el ego. ¡Mira que hablar de mí en primera persona! Bueno, el caso es que estos cinco tristes zánganos creían encontrar el camino de la salvación. Sin embargo, nada indica que lo hayan encontrado a tenor de lo que pasó después. Cantemos una nana mientras tanto.

1. El Rey de España.

De cuarenta y cinco millones de ciudadanos españoles, uno estaba especialmente infeliz aquel día. ¿Mucho o poco? No lo sabremos hasta que alguien se dedique a escudriñar cómo era de caducado el yogur que se tomó aquel día. ¿Quién era Uno "El Infeliz"? Bien, tenemos que corresponder a ese ciudadano anónimo con el nombre de José Parranda. Sí, nuestro José era un funcionario estatal. ¿Que concrete más? ¡Era policía, qué más quiere, su Excelencia! Entró al cuartel triste y pasó 3 horas sin hacer nada. Tras eso, la acción le cayó en la cabeza. Le llamaron para una misión que consistía en detener al Rey de España por malversación de fondos públicos. El Rey cayó en chirona. José volvió más contento que unas castañuelas a la oficina. Las dos caras de la moneda. El policía se puso una corona falsa y dijo que era el Rey de España, coña que hizo accionar los músculos de la boca de sus compañeros. Nadie se esperaba que sacara su seriedad.

No obstante, así fue. Al terminar el horario laboral, José fue para la Zarzuela y la intentó comprar con su enorme capital económico. Fracasó. Comprendió que no podía hacer nada a la ligera. Por unos segundos se sentía rey, creía que había encontrado el camino de la salvación. Podía cocinar salchichas sin preocuparse, podía cobrar más de lo que ya cobraba actualmente a los españoles, podía hacer lo que quería y lo más importante de todo, no tenía que estar ligado a su actual trabajo. Sin embargo, no todo sale como se quiere. Actualmente, José sigue ejerciendo su trabajo. Parece inofensivo y bromista. Pero nunca se sabe cuándo querrá comprar otra propiedad. ¡Vigilen hasta los microbios de su casa! Gracias, ya era hora de meter algo de sensacionalismo barato.

2. El bacon que conoció la libertad condicionada.

De aquel bacon, no había nadie que le conociera ni le quisese antes de ser arrancado del cerdo. Cuando asesinaron al cerdo, nadie lloró. Pero sólo uno sonrió, el bacon, que pudo conocer lo que era la libertad. Se sentía consagrado. Para él, todo era una pista a la salvación, incluso cuando fue expuesto en un supermercado a la vista de todo el mundo, encerrado en un plástico de última generación para su mejor conservación. Un cliente le tocó. Parecía decidido a la compra del bacon. Superó interminables colas, mientras el bacon viajaba tranquilamente en una bolsa de plástico. Tanto plástico no le desanimó. Aún creía ligeramente en la libertad.

Pasaron unos días, hasta que el bacon formó parte de una receta. Perdió las esperanzas cuando le metieron en la olla. No podía gritar de desesperación por su naturaleza. Las esperanzas se le derrumbaron del todo, cuando los dientes del comensal iniciaron una acción contra él. Un final triste para la tristeza. Y todo volvía a la normalidad.

3. Un escritor que rotó en cadáver.

Alguien tenía un blog. No era nadie en Internet. Uniremos estas dos premisas para poder montar con cuidado y fruición una historia que dé sentido a ellas. Las temibles "ellas" volvieron a la conciencia de ese "alguien", al que llamaremos "Escritor". El escritor estaba a punto de completar su mejor obra. Ya había sacado todo lo que podía sacar del teclado y de su mente. Estaba a punto de darle al botón de Enviar para poder gozar de toda su fruición. Sentía las mieles del éxito. Soñaba con cientos de comentarios de elogios. Vamos, que creía estar en el camino de la salvación. El camino de Buda.

Por otro lado, tenemos que ver lo que ocurrió en la ciudad mientras el escritor iba concretando pasos. Todo transcurría como siempre, vendedores anunciando sus productos, perros meando, niños corriendo alegres, mujeres que hacían la compra, hombres que iban a su trabajo. Un objeto que no quería presentar objección de conciencia cayó del cielo. Iba imparable hacia el suelo. Lo primero y último que vio el objeto fue su punta chocando contra el suelo. Por arte de magia, el objeto levantó una enorme explosión atómica que borró todo tipo de rastro, incluido el que estaba vivo. Cientos de años de historia y millones de historias se derrumbaron en pocos segundos. Una nube de humo y un montón de radiación impusieron el silencio en aquel lugar por horas. No tenían historias para contar.

Sumamos los dos párrafos y tenemos el resultado, no justo del todo. El camino soñado por el escritor, que en su imaginación se plasmó como un sendero llano, sin obstáculos y lleno de belleza se derrumbó de golpe. El escritor estaba cerca del epicentro de la explosión. Decenas de años de trabajo para llegar a donde estaba se esfumaron en pocos segundos. Pero hoy en día, aún se puede contemplar su blog. Está alojado en un servidor externo. No obstante, toda gloria del pasado del alojado se esfumó, a causa de la propaganda que inunda los comentarios. ¿Y la obra? Aún está almacenada en el borrador automático del blog, esperando el turno de un botón que nunca nadie llegó a apretar.

4. La vejez de Buda.

Buda ya había lavado muchos cerebros. Había implantado una religión y en ella inculcó a los pobres fieles el camino de la salvación. ¿Y el suyo? Creyó haberlo encontrado cuando vio una mariposa posándose en la rugosa piedra. Tal fue la satisfacción que sintió, que hasta se permitió correr un poco para comer el coco a un par de fieles lastimados del coco. Se regodeó de sus lesiones cerebrales.

Decía que había visto la salvación y su camino. ¿Camino? Hoy en día, con lo que manda el dinero, el camino de la salvación sería la Ruta 66. Pero Buda hablaba de un camino celestial o de uno natural, no sé. Lo que sí sé es que no ponía dinero en medio. No obstante, ponía demasiado engaño en medio. ¿Cuántas veces vio de verdad el camino ése? Sólo una. Y ya la mencioné en el primer párrafo.

Sin embargo, hay algo por mencionar. Los años de Buda pasaban. Se estancaba. El camino también. En un mal día, el ya mencionado pisó mal un objeto que podía ser cualquiera. Su cuerpo rosado cayó. Dio la casualidad de que la cabeza chocó contra una piedra afilada. Así terminó toda una vida llena de mentiras y engaños, en donde los únicos caminos reales eran los que marcaba la Naturaleza.

5. Pestañea, pestañea, que algo no te quedará.

Nada. Aparentemente nada era lo que tenía un chaval aburrido de la vida. Pasaba días y noches muertas tecleando a lo largo de horas que caían sin que nuestro chaval se diera cuenta. Por supuesto, hablamos de vacaciones y de alguien que vivía con sus padres. Uno que no tenía mucho don de gentes.

Este chaval, al que le llamaremos el Gran Sherman por razones, ¿razones? Políticas, analíticas, propagandísticas, lo que sea... No importa, le llamaremos así. Bien, el Gran Sherman se dirigía a la ducha para bañarse, pero antes de mojarse con el agua siguió sus típicos trámites burocráticos; se miraba en el espejo por aburrimiento. Algo novedoso ocurrió en aquel día, el tipo se dio cuenta del potencial de sus pestañas y las exhibía en un espejo que no daba piedad a la diversidad. Según él, el camino de la salvación se le abría, y las pestañas le quedaban muy sexys.

En los siguientes días, algunas tiendas de cosméticos olían a testosterona. Sí, Sherman compraba productos para ampliar sus pestañas. Como en todo hay que ser ordenado, devoró pasos y consiguió algo de rímel para decorarlas. Omitiremos comentarios sobre ellas, pero oiremos el comentario del chico:

-¿Las pestañas? Sí, quedan muy bien. Tanto que hasta creo estar en el Nirvana.
-(comentario censurado)

Y ahora algo completamente diferente, el periplo de Sherman por la ciudad. Golpe de timón. Volvemos a la acción. Un chaval extravagante no dejaba indiferente a nadie en aquella zona de la ciudad, al cual el narrador aún no ha encontrado nombre alguno. Simplemente no está documentado. Discurriremos letras para volver a la vista de pájaro de Sherman. Ha avanzado unos cuantos metros. Ve sistemas de riego, tanto manuales como automáticos, por todas partes.

Sí, paga religiosamente estos sistemas con los impuestos indirectos que deja en cada producto. Pero los impuestos no le corresponden en ese momento. Un impulso repentino y erróneo de un pobre funcionario estatal hace cambiar el destino de la manguera que él manejaba. El agua viaja en dirección a la cara de Sherman, que ve cómo se esfuma todo su sueño. Una inversión en rímel y extensiones de pestañas se va en menos de lo que canta un miembro de la familia Thompson.

Un día teñido de especial para Sherman se acaba con una noche que hace aumentar su actividad cerebral. No puede dormir. Vuelve a su vida normal.


Y en este punto, podemos decir que he acabado con la recopilación de historias. Si alguien les habla de caminos para la salvación, responda con algo contundente. ¡Pero no el yunque, borrico! Se trata de que les den una respuesta convincente que le haga desmontar su teoría, aunque manipule a otros con la misma superchería. En fin, les dejaré en alguna trampa... ¡Oh, espera! ¡No soy ningún maldito jefe de banco! Hagan lo que quieran con su vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mejor, la del bacon.
En serio, podría plantearse como una parodia de la vida misma.