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26/9/07

Pedantería al servicio del entretenimiento.

Soy Nadie. Estoy harto de que el gremio de los abogados y médicos quiera dirigirse al pueblo de manera culta, desperdiciando a los que, para ellos, son más ignorantes y serviles. Basura estéril, gracias por sus trabajos. Juntemos contradicciones para resumir, en repeticiones innecesarias, que hacen bien su trabajo pero no se adaptan al entorno. Sí, ellos han insertado en mi cabeza mala leche, gracias a palabras de pedante que perdió el norte. Lesión tendomuscular del tiroides izquierdo, procesos legales jurídicos, etc... Palabritas huecas que han caído en el olvido de bastantes personas. ¿Será que aquellos gremios están compinchados con las editoriales que se dedican a escribir diccionarios?

Quiero una respuesta a todo eso. Pienso en una forma de vengarme. Encuentro una, la de ser otro pedante. No parece estar mal, el problema es cómo difundir mi mensaje de alivio. Que otros sufran, vamos. Tengamos iniciativa, busquemos en algún sitio de la red... ¡oh, un espectáculo de teatro sobre pedanterías varias, en el que piden actores! Relleno mi solicitud como actor. Me oirán esos gremios que antaño me tiraban del calzoncillo en el patio de la sociedad, para dejarme en ridículo. Quiero ser otro maldito pedante. Marcho al teatro cual militar bueno. Si es que habían colas, sólo veo una de lagarto... Por si acaso, giraré la cabeza de nuevo. Puede que me haya perdido algo. Tenía razón, veo a otro en la cola de vengadores pedantes.

-Hoy me quiero vengar.
-Que usted demuestre su pedantería con total galantería.
-¿Espera al médico?-digo con ironía.-
-No, espero después de usted. ¡Que la venganza le acompañe!
-Gracias.

Avanzo dos pasos. Un vigilante contratado para la ocasión me pregunta cosas sobre mi condición de inscrito. Respondo como debe ser. Al final él asiente.
-Su pase, señor.
-¿Y quiénes acudirán?
-Aquellos pedantes que creen que es una obra de teatro.
-Ah, gracias... ¿No me preguntará ningún dato más?
-Creemos en el anonimato de los actores.

Me veo en un cuarto donde tengo que buscar ideas. Al parecer, es algo así como el vestuario del teatro. Todo está de color blanco. Lo pensaron bien, puedo observar que apuestan por un entorno simplista, en donde las musas se sientan cómodas. Me entran ideas. Preparo algo de mi discurso, empleando a mis neuronas frescas:
«Damas y caballeros, dantesco es el entorno en donde hallamos giros postales que servirían de morada a quien, con fruición, posee un orden de sus asuntos, ínfimo en comparación con el del humano corriente que arrambla una vida propia.»

Pregunto.
-¿Tienen bolígrafos y papeles?
-Bolígrafos, sí. Me queda uno, se lo prestaré. Pero papeles no hay, tendrá que preguntar a cualquiera otro que ronde por ahí.
-Vaya. Gracias.
A medias he conseguido mi objetivo. Giro la cabeza un poquito... ¿Qué veo? ¡Un papel! ¡Mi oportunidad! Intento recordar lo que puedo. No soy ningún copista. Anoto:
«Damas y caballeros, la oportunidad no se vislumbra a nuestro alrededor. Lo que transcurre es de lo más kafkiano. La desorganización del ambiente se manifiesta en algunos individuos que se rebelan ante el poder establecido. Las comparaciones evidentemente se hacen necesarias en tal cisma de ruptura. Analicemos el contexto. ¿A qué se debe ese choque frontal de generaciones?»

Por lo menos las ideas principales las conservé. Hasta me permití el lujo de poner unas nuevas. Por lo tanto, se ha ampliado el texto, aunque no contenga las mismas palabras que pensé en un principio. Suena algo parecido a un aviso. ¿Es a mí? ¡No! Es a otro. Deduzco, luego veo que es por turnos. Oigo una voz débil, de la cual sólo alcanzo a oír algunas palabras sueltas que no tienen más importancia. Iniciaré un diálogo con mi interior.

-Ey, ey, interior. Tenemos que dar importancia a los tríos más imaginativos que existan.
-¿Eh? ¿Qué tríos?
-Va, va. Te daré las instrucciones...
(...)
-¡Ah, ah, ya lo entiendo! ¡Tríos de imaginaciones variadas!
-Sí, toma tu primera imaginación, la separación del alma en tres trozos...
-¿Con cuchillo o sin... con nada?
-Ey... ¡Mierda, un estímulo externo!

Me llaman. Es hora de actuar. El papel, en donde deposito parte de mi actuación, está a buen recaudo. Así que salgo del cuarto. Pocas cosas han ocurrido mientras andaba. ¡Ya estoy frente al público! Tendré que soltar mi pedantería. Me colocan delante de un micrófono, leo el papel con un poco de esfuerzo y me dedico a convertir lo anotado a lenguaje oral. Los espectadores se cuentan por decenas, parece que no han conseguido llenar ni la sexta parte del aforo. Mientras mi cerebro discurre en su pensar, haciendo una tarea en segundo plano, mi boca se mueve al son del discurso preparado. Se acabó. Hago una pausa. Me dedico a hacer algo improvisado:
-«A propósito, nuestra generación ha seleccionado unos valores que consideramos dignos. Nos apena que la generación venidera escoja unos nuevos, ergo, desempeñe más esfuerzo en ellos. No hay que volver a inventar la rueda. Así que... por favor, ¿quieren que seamos magnánimos con ustedes? No escojan la dirección equivocada. Aún tienen la oportunidad.»

He acabado. Supongo que me siento bien, a pesar de tener la boca un poco pastosa. Esbozo una pequeña sonrisa mientras oigo los aplausos educados del público. Pocas caras desconcertadas veo, quizás escogí algo menos pedante de lo que me esperaba. Me dicen que puedo salir. Obedezco. Me dirijo a la salida de emergencia. Ya es un poco tarde y en mi cabeza un pensamiento está expulsando a los otros. Éste es el de volver a casa. Vuelvo. Hago lo típico antes de irme a acostar, el ritual de la ducha feliz. Ahora me entero de cómo se llamaba la obra de teatro en la que participé, era "Llamada a la cordura". Caigo muerto de sueño, esperando otro monótono día.

En otro lugar, las imprentas rugen. La única revista cultural diaria de la ciudad comenta la obra de teatro "Llamada a la cordura". Del comentario, el redactor destaca la pedantería y soberbia de sus actores, actitud indigna en un espectáculo que se supone que es para divertir. Quizás no haya entendido el trasfondo de la obra. Se ve que la revista está en crisis, por lo que posiblemente nuestro comentarista se haya apuntado al carro del amarillismo. Seguir a lo conocido, aunque sea un truño, lo llaman.

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